sábado, 4 de febrero de 2012

Stella maris. Milagros y exvotos marineros de Nuestra Señora del Pino

Entre los muchos títulos que se aplican a la Virgen María destaca el de Estrella del Mar, en latín Stella maris, al considerarla como intercesora y abogada ante los peligros del proceloso océano. El canario, por su condición insular, ha sido siempre un pueblo vinculado de forma muy estrecha al mar. Un mar que nos ha brindado riqueza y prosperidad, pero también, un mar en el que muchos de nuestros paisanos encontraron la muerte o vieron amenazada su vida ante los peligros que éste guarda. Por eso, no resulta extraño que en semejantes ocasiones los canarios hayan invocado a la Madre de Dios en sus más diversos títulos y advocaciones (especialmente a la Virgen del Carmen, patrona de los mareantes) con la esperanza de salir airosos de tan duro trance. La Virgen del Pino de Teror, a pesar de encontrarse en el interior de Gran Canaria, también fue esa Estrella del Mar a la que muchos naturales de estas islas acudieron al verse sorprendidos por una furiosa tormenta o por el ataque de una embarcación de piratas turcos. Buena prueba de ello son los testimonios que nos narran supuestos milagros obrados por la intercesión de la imagen del Pino, pero especialmente, los exvotos y ofrendas donados por diferentes generaciones de devotos que a punto estuvieron de encontrar en el traicionero mar su descanso eterno. Acaso, uno de los relatos más antiguos sea el del terorense Blas de Quintana Miguel, que en 1684 declara haber sido librado de una tormenta junto con el resto de pasajeros de una fragata, tras invocar a la Virgen del Pino. Añade, además, la visión que tuvieron ocasión observar, pues aseguró que: «havían visto luz en el navío, y que dijeron ser la Santísima Virgen del Pino, que les havía hido a socorrer». Sin duda, una historia tan asombrosa como la del vecino de Teror Lorenzo García, que consiguió librarse de una tormenta en el Golfo o Mancha Blanca, arrojando al mar una de las piñas que tiempo atrás cogió del pino donde la tradición señalaba la aparición de la Patrona de Gran Canaria.
Años después, el franciscano Diego Henríquez recogió en su manuscrito dedicado a la imagen del Pino, algunos testimonios tan sorprendentes como el de los ocho pescadores que desde la costa africana consiguieron llegar en una lancha a Gran Canaria sanos y salvos, al no poder ser rescatados por Esteban Díaz, propietario de la fragata en la que venían, que a su vez fue atacada por un navío turco. También el del marinero José de Cuenca, que tras caer del barco donde navegaba, fue salvado de morir ahogado por la mismísima Virgen del Pino, que lo tuvo sujeto durante toda una noche hasta que fue rescatado por los tripulantes del navío en el que viajaba. O el caso del terorense Blas de Medina, que viniendo de la isla de Fuerteventura junto con otros setenta pasajeros, se libró de una muerte segura tras verse sorprendido por una tempestad. El Libro de los Milagros, datado en 1735, también recoge historias similares, como la de los marineros que viéndose presa de un navío de piratas moros, vieron con asombro como una imponente ráfaga de luz les ponía a salvo. O el suceso de Andrés Jaimes y sus compañeros, náufragos en el Cabo de San Antonio (Cuba) tras ser perseguidos por unos corsarios y felizmente rescatados tras invocar a la imagen de su devoción.  
Entre los favorecidos también se cuentan personajes tan ilustres como el obispo Delgado y Venegas, del que el párroco de Teror, Lázaro Marrero y Montesdeoca, anotó cómo fue salvado de una horrible tormenta que le sorprendió durante una visita pastoral a la isla de la Gomera, gracias –como no– a la intercesión de la Virgen del Pino. Se da la circunstancia de que el supuesto prodigio tuvo lugar el 30 de agosto de 1767, día en el que tuvo lugar la dedicación o inauguración de la Basílica del Pino, de la que en este presente año se conmemora un cuarto de siglo de la colocación y bendición de su primera piedra, ocurrida el 5 de agosto de 1760.


Nuestra Señora del Pino con el traje de los navíos. Autor anónimo (h. 1770). Monasterio del Cister (Teror, Gran Canaria). El manto de los navíos, actualmente sólo conservado en parte, ha tenido una historia azarosa. Según reza la versión tradicional, fue donado por unos isleños como promesa al haberse librado de una tempestad durante una travesía desde el continente americano. Autor de la fotografía: Héctor Vera.

Andando el tiempo, la Virgen del Pino tuvo ocasión de manifestar una vez más su fama de imagen milagrosa ante las amenazas del océano. En este caso, con la treintena de pasajeros terorenses que consiguieron eludir el incierto y triste destino del vapor Valbanera, hundido en los primeros días del mes de septiembre de 1919, durante su travesía desde Santiago de Cuba a la Habana. La popularidad de la imagen del Pino como mediadora ante los peligros del mar, animó a algunos propietarios de navíos a nominarlos con su nombre. Fue este el caso de la nave «Nuestra Señora del Pino», alias «La Hermosa», propiedad del hacendado don Antonio Romero, quien a pesar de tan devota nominación no pudo impedir que su navío acabase desarbolado y hundido, cuando navegaba por el Canal de las Bahamas. No fue éste el único caso, Vicente Suárez Grimón en su estudio dedicado a la construcción naval y el tráfico marítimo en Gran Canaria durante la segunda mitad del siglo XVIII, nos ofrece muchos más ejemplos. Así, propietarios como Miguel Lugo Viña, en 1764 o Juan Lorenzo Ramos e Ildefonso de Santa Ana, en 1771 –entre otros muchos– también designaron a sus navíos con el nombre de la advocación del Pino.

Dibujo de uno de los barcos que decoran el llamado manto de los navíos, donado a la imagen del Pino en 1762, durante el transcurso de una bajada o visita a la capital de Gran Canaria.

            Pero sin duda, son los exvotos y las ofrendas –quizá, más que los relatos a los que hemos aludido– el mejor y más claro ejemplo del poder intercesor que muchos devotos concedieron a la imagen del Pino, como benefactora ante los peligros del mar. Ya desde muy temprano existen referencias sobre donaciones llevadas a cabo por marineros, quienes las ofrecieron a la imagen como pago por el favor recibido. Jesús Pérez Morera, ha registrado ejemplos como el de Manuel Rodríguez, mareante de Indias que en 1665 dio a la Patrona un juego de vinajeras de plata y una fragata, que por su devoción colgó de uno de los tirantes de la iglesia. El de la lámpara de plata donada en la víspera de la festividad de 1622, que «dieron quatro devotos a Nuestra Señora, que traxo Ojeda por cierta tormenta que tuuieron en la mar». O el caso del mareante Vicente Alonso, que en 1662 peregrinó hasta Teror para declarar que tenía en su poder 200 reales que había sacado de limosna en un barco donde servía, y que según él, se vio envuelto en «vna gran tormenta que tuvieron –por lo que– imbocaron la Madre de Dios del Pino y fueron libres de dicha tormenta por interseción desta gran señora». Muchas de estas ofrendas o exvotos serían colgados, a modo de ejemplo o señal, de los tirantes de la iglesia de Teror (nos referimos al que fue segundo templo de la imagen del Pino, abierto al culto desde el año 1607-08 hasta 1760), debiendo mostrar un aspecto bastante parecido al que hoy lucen ermitas como la San Telmo (Patrono de los marineros) en la capital de Gran Canaria. Veamos si no, esta breve descripción salida de la pluma del citado fray Diego Henríquez, hacia el año 1714:

«Están pendientes de los tirantes de la iglesia algunos navichuelos de dos o tres palmos, bien enjarciados y adornados, hechos solamente para señal y memoria de los naufragios de que han sido libres los navegantes por la intercesión de esta milagrosa Imagen»

De tales ofrendas, en otro tiempo abundantes, sólo nos quedan unas pocas maquetas de barcos situados junto a la antigua escalera de acceso al camarín de la Virgen, amén de algunos pequeños exvotos y placas con tiernas dedicatorias, que se custodian en las vitrinas del tesoro de la imagen. Quizá, el más valioso sea el llamado Manto de los Navíos –o lo que nos queda de él– donado en el siglo XVIII y sobre el que existe una piadosa leyenda sobre su origen. Finalizamos este texto con unos breves y entrañables versos con que nos brindó la vecina del municipio de Santa Mª de Guía, doña Carmen Naranjo Sosa (66 años), dedicado a Santa Inés y la Virgen del Pino. Acaso, sea el ejemplo más palpable de la fe popular que existe en torno a la Patrona de Gran Canaria, como benefactora ante los peligros e infortunios que jalonan nuestra vida, incluidos los del incierto y azaroso mar:

                «Santa Inés va navegando de noche y de día entero, sin saber qué día era, pues era día de Nuestra Señora. Lloran los marineros, lloran la gente toda, pero Santa Inés no llora, que es una bella persona. Coge su libro en la mano y a la Virgen se encomienda ahora ¡Madre mía del Pino, que de plata es tu corona! ¡Si nos salvas de estos mares, de oro te la daré toda! ¡Y a tu divino hijo una casa en Roma!».

                                                                                                                 Gustavo A. Trujillo Yánez


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