martes, 30 de agosto de 2011

Fernando Pérez de Quevedo, el sacrílego de la Virgen (II)


Sebastián y Fernando Pérez de Quevedo justificaron su acción argumentando derechos sucesorios, pues a la reprimenda del citado oficial de cantería Nicolás Hernández, no dudaron en contestarle que: «¿Quién lo metía en eso? ¿Qué si le tocaba algo? Que aquello [se refiere al drago y a la laja] había sido de sus padres y abuelos».
Pero ¿A qué padres y abuelos se referían ambos hermanos? Pues, a los Pérez de Villanueva, familia que ostentaba el patronato de la capilla mayor de la iglesia de Teror, desde el siglo XVI. Efectivamente, el 22 de noviembre de 1551, el labrador y vecino de Teror, Juan Pérez de Villanueva, afirma en su testamento su condición de patrono de la mentada capilla mayor de la iglesia de Nuestra Señora del Pino: «digo e declaro que por quanto yo hize a mi propia costa y expensa la capilla mayor de la dicha yglesia de nuestra Señora Santa María del Pino, la qual después que la hize [roto] se acavó, yo siempre la he reparado de todo lo necesario e reparo siempre». Desde entonces, él y sus descendientes gozaron ―no con cierta resistencia por parte del resto de terorenses― del privilegio de asiento reservado y sepultura en la capilla mayor del templo mariano.
Sin embargo ¿Hasta qué punto y en qué grado estaban emparentados los hermanos Pérez de Quevedo con el linaje de los Pérez de Villanueva? Veamos. Fernando Pérez de Quevedo, fue bautizado en la parroquia de Teror el 4 de junio de 1644, fruto del enlace entre Gregorio Rabelo y Francisca Pérez. Fue el menor de tres hermanos: Isidro (nacido en 1638 y fallecido a tierna edad) y Sebastián (nacido en 1642). Procedente de una familia de campesinos acomodados, entre sus ascendientes encontramos a los célebres Bartolomé Díaz del Río «El Castellano» y a Juana Domínguez, sus bisabuelos maternos. Una hija de ambos, Isabel Díaz contrajo matrimonio con Hernán Pérez de Quevedo, de cuya unión nació la mentada Francisca Pérez, madre de nuestro protagonista (bautizada el 13 de octubre de 1613). Por lo tanto, entre sus familiares más próximos y allegados se encontraba su tío carnal (era hermano de su madre) el licenciado Roque Pérez de Quevedo (1612-1686), el mismo que dio nombre al actual paraje de Llano Roque, en el barrio de los Arbejales. Asimismo, sabemos que su bisabuelo paterno se llamaba Juan de Quevedo, propietario del paraje denominado Llano de Quevedo (actuales Casas Baratas). En cuanto a los posibles lazos de parentesco de los dos hermanos con los Pérez de Villanueva, éstos parecen quedar reducidos al matrimonio celebrado el 2 de diciembre de 1607, entre Isabel Alonso ―prima hermana de la citada Isabel Díaz, abuela de Sebastián y Fernando― con Gaspar de Quintana, hijo a su vez de Blas de Quintana e Isabel Pérez de Villanueva y por lo tanto, nieto del mentado Juan Pérez de Villanueva.

Firma de Sebastián Pérez de Quevedo en un documento fechado en 1674. Su hermano Fernando, a diferencia de éste, no sabía firmar, algo muy corriente en la época en la que vivieron, donde un alto porcentaje de la población era analfabeta.

Por el contrario, esta relación de familiaridad con los Pérez de Villanueva fue mucho más intensa y contundente por parte de María Suárez de Candelaria, esposa de Fernando Pérez de Quevedo. Efectivamente, María Suárez descendía por línea directa de los Pérez de Villanueva, pues era tataranieta del ya citado Juan Pérez de Villanueva. Su padre, Juan Pérez de Villanueva III (lo denominamos así para distinguirlo del fundador del linaje, el mentado patrono Juan Pérez de Villanueva) se desposó el 8 de octubre de 1636 en la localidad tinerfeña de Tejina, con Catalina Suárez. Sus abuelos paternos fueron Juan Pérez de Villanueva II (fallecido hacia el año 1649) y María de Candelaria Naranjo (muerta el 29 de abril de 1671). Este Juan Pérez de Villanueva II fue a su vez, hijo de Diego Pérez de Villanueva y Leonor de Ortega, hijo primogénito y yerna respectivamente del tantas veces nombrado Juan Pérez de Villanueva.
Ante estas evidencias cabe preguntarse ¿A quiénes se referían los hermanos Sebastián y Fernando cuando dijeron que «aquello había sido de sus padres y abuelos»? ¿A su propia familia o a la familia política de Fernando? Sea como fuere, parece que el argumento esgrimido para «hurtar» la laja estaba plenamente justificado ¿O quizá no? No debemos pasar por alto de que en la citada Información de la caída del Pino (Véase el capítulo I) también declararon ―entre otros― personajes como las hermanas doña Ana y doña Melchora de Arencibia y Ortega, los hermanos Fernando del Toro e Isabel del Toro y Ortega, así como el esposo de ésta última, Blas de Quintana Miguel. Todos ellos también estaban emparentados con los Pérez de Villanueva, a pesar de lo cual no consta que se declarasen como legítimos herederos del drago y de la laja desaparecida.

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

HERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Vicente: Aproximación a los orígenes de Teror. Ediciones del Iltre. Ayuntamiento de la 
Villa de Teror, Las Palmas de Gran Canaria, 2001.

SUÁREZ GRIMÓN, Vicente: «Llano Roque: Origen y desarrollo de un núcleo de población», Periódico Diario de Las Palmas, Sábado, 1-VII-1978, p. 3.

SUÁREZ MIRANDA, Miguel: El Árbol de la Virgen (Pinus canariensis). Ilustre Ayuntamiento de Teror, Las Palmas de Gran Canaria, 1948.

TRUJILLO YÁNEZ, Gustavo: La Virgen del Pino de Teror ¿Una divinidad de los antiguos canarios? Anroart Ediciones S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 2009.

viernes, 26 de agosto de 2011

Fernando Pérez de Quevedo, el sacrílego de la Virgen (I)


Desde tiempo inmemorial, el ejemplar de pino donde tuvo lugar la supuesta aparición de la Patrona de Gran Canaria, fue objeto de especial veneración por parte los devotos que acudían a Teror. El agua de la fuente milagrosa que se contaba que brotaba de su interior, los frutos y su resina eran codiciadas por sus supuestas propiedades terapéuticas o protectoras ante todo tipo de peligros e infortunios. Asimismo, entre las ramas del portentoso árbol se hallaba el objeto que daba carta de naturaleza y sancionaba el origen maravilloso de la imagen titular. Nos referimos a la «laja» o «piedresica» donde la tradición creyó ver señaladas las plantas o pies de la Nuestra Señora del Pino. Tal era el sentimiento de respeto y fervor que los canarios sentían por esta enigmática piedra, que los pocos que llegaron a trepar al Pino para observarla, nunca osaron «poner sus pies en donde estaban señalados los de Nuestra Señora». Mientras que por su parte, aquellos que nunca pudieron verla de cerca se contentaban con las cintas o «medidas» que eran puestas en contacto con la laja y que luego «besaban y veneraban». Además y para añadir un punto más de misterio a toda esta historia, estas plantas o siluetas de pies se hallaban entre las raíces del último de los tres dragos ―que según reza la tradición― se encontraban justo en el lugar preciso donde se produjo la «aparición» milagrosa.
Sin embargo, en la mañana del lunes 3 de abril de 1684, los terorenses se vieron privados de tan raro prodigio, pues tras la caída del «Santo Pino», la piedra que contenía las plantas de la Virgen desapareció para siempre. Dicho suceso dio lugar a la redacción de la llamada Información de la caída del Pino, compuesta por el párroco de Teror don Juan Rodríguez de Quintana ―a instancias de la autoridad episcopal― al objeto de conocer las circunstancias en las que tuvo lugar tan trágica pérdida. Durante los días que duraron las averiguaciones, la práctica totalidad de los testigos coincidieron en hacer recaer la culpa de la desaparición de la laja en los hermanos Sebastián y Fernando Pérez de Quevedo. Sirva como ejemplo la declaración del oficial de cantero Nicolás Hernández, que señala como tras la caída del Pino, Sebastián y Fernando arrancan y llevan a la casa de este último el mentado drago, entre cuyas raíces se aseguraba que estaba oculta la laja que contenía las plantas de la Virgen. Sin duda, este «sacrilegio» no contó con la aprobación del vecindario y de las autoridades locales, quienes obligaron a los «infractores» a la devolución del drago y de la sagrada laja. Sin embargo, la restitución del mentado drago no supuso la reposición de la laja, sobre cuyo paradero llegaron a circular todo tipo de opiniones. Así, mientras que fray Diego Henríquez aseguraba que la reliquia fue a parar a la parroquia de la Concepción de Campeche (México) donde era «era tenida en decentes vidrieras con la veneración debida», el capitán don Juan Agustín de Bethencourt aseguraba haber oído de boca de su tía, doña María Montesdeoca Suárez, que dicha piedra fue embarcada en el navío de Baltasar de Padilla y que éste su hundió en el mar.

Detalle del último de los tres dragos del Pino Santo de Teror, entre cuyas raíces se aseguraba que estaba escondida la laja que contenía la impronta de los pies de la imagen de la Virgen. Dibujo de Tomás Marín de Cubas (h. 1682). Propiedad: Biblioteca Pública Municipal Central de Santa Cruz de Tenerife. Autor de la fotografía: Fernando Cova del Pino.

Desde entonces, Fernando Pérez de Quevedo ha pasado a la historia de Teror como uno de sus personajes más abyectos y despreciables, un verdadero sacrílego capaz de despojar a los terorenses de una de sus reliquias más preciadas (hoy sería declarado persona non grata). Sirvan como muestra, los adjetivos que le dedicó Miguel Suárez Miranda en su libro El Árbol de la Virgen (1948), donde lo califica de «orgulloso», «vanidoso», «despechado» y «amargado». Precisamente, sobre este polémico personaje pretendemos aportar algunos datos poco conocidos sobre su itinerario vital, que nos podrán ayudar a situar en su contexto las razones que le llevaron a cometer tan «detestable» acto.

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

GARCÍA ORTEGA, José: Historia del culto a la venerada imagen de Nuestra Señora del Pino. Patrona de la Diócesis de Canarias. Librería y tipografía católica, Santa Cruz de Tenerife, 1936.


SUÁREZ MIRANDA, Miguel: El Árbol de la Virgen (Pinus canariensis). Ilustre Ayuntamiento de Teror, Las Palmas de Gran Canaria, 1948.

TRUJILLO YÁNEZ, Gustavo: La Virgen del Pino de Teror ¿Una divinidad de los antiguos canarios? Anroart Ediciones S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 2009.

Brujas y hechiceras en la raya de Teror. El caso de María García (y III)

Viene de: Brujas y hechiceras en la raya de Teror (II)


Como tuvimos ocasión de comprobar, entre los delitos de los que fue acusada la terorense María García, sobresalen aquellos relacionados con asuntos de contenido sexual o afectivo. Sin duda, la realización de todo tipo de rituales y hechizos para propiciar ―o impedir― las relaciones amorosas de sus clientes, junto con su condición de manceba y mujer «descasada», le hicieron granjearse el recelo y la enemistad de buena parte de los vecinos del lugar de Terore. Esta animadversión hacia su persona, pudo haber dado lugar a que en ocasiones se le acusase de delitos que probablemente no cometió. Y es que como dice el refranero, cría fama y échate a dormir…

Castigo a una alcahueta
Dibujo de Christoph Weiditz (h. 1529)

Tal fue el caso de la extraña muerte del recién nacido Francisco, hijo de los terorenses Rafael de Troya y Juana García, cuya trágica desaparición fue achacada a nuestra protagonista. Al parecer y según declararon sus progenitores, el pequeño Francisco amaneció muerto y con signos evidentes de violencia, pues tenía «el ombliguillo i las teticas chupadas i acardenaladas i todo lo demás blanco, como una nieve». Ninguno de los padres fue consciente ni pudo evitar lo sucedido, pues según cuentan, tras acostar al niño «bueno y sano y gorjeando con la luz del candil», cayeron en un profundo sueño del que no pudieron despertar hasta la mañana siguiente. Relatan que se trató de un sueño maliciosamente inducido, pues a pesar de que aquella noche los perros del lugar «se deshaçían a ladrar» ni Rafael de Troya ni su esposa pudieron despertar del intenso letargo en el que se encontraban. Asimismo, dos vecinas del matrimonio, Juana Giralda y Lucía de Troya, contaron que «aquella noche habían odio llorar mucho al niño, que habían dado voces a éste y a su mujer y que no habían despertado», por lo cual entendieron que «habían sido brujas las que mataron al niño y que les echaron sueño».
Como comentamos hace un instante, todas las sospechas y acusaciones recayeron en la persona de María García. Sin embargo, tales imputaciones parecían carecer de toda consistencia pues estaban basadas más en la «mala fama» de la sospechosa que en pruebas o evidencias objetivas (recordemos, cría fama y échate a dormir...). Así, la madre del pequeño infortunado comenta que «por traer todo el lugar entre ojos a María García, mujer de Juan Estévez, que diçen por mal nombre está quilla, de que es bruxa i hechiçera, ésta imaginó que la susodicha se lo había muerto, aunque nunca esta testigo ni su marido tuvieron con ella pesadumbre ninguna». Mientras que por su parte, Rafael de Troya, aunque repite los mismos argumentos que su esposa, nos ofrece la clave y el origen de sus sospechas, pues al parecer fueron las acusaciones de la negra Antona de Arencibia (Véase el capítulo II) las responsables de todos sus recelos. Veamos si no lo que declaró: «Aunque no ha visto que María García haya hecho ninguna cosa de bruja ni hechicera, por el mal nombre que tiene en esta dicha Villa. Y porque después de pocos días, le había dicho a su mujer una negra de Arencibia, que entiende que está en la Vega, le había dicho que a quien le mató el niño ella la había de acusar porque era una bruja. Y que le había mandado a traer de Arucas una calavera y unas turmas de perro, por lo que entiende que se trata de la dicha María García la que pudo haber matado al niño».
Sea como fuere, éstas y otras acusaciones dieron lugar a la detención y encarcelamiento de María García en las cárceles secretas del Santo Oficio de la Inquisición, en las que ingresó el 11 de junio de 1608. Durante su estancia en prisión, varios vecinos de la localidad declararon a favor suyo, en un vano intento de salvarla de los rigores del temido tribunal eclesiástico. Así, Diego Pérez de Villanueva ―patrono de la capilla mayor de la iglesia de Nuestra Señora del Pino― expuso que «ha tenido a la dicha María García por buena cristiana y jamás ha presumido de ella otra cosa». Su esposa, Leonor de Ortega, añadió que «María García acude de ordinario a oír misa y sermón, cuando lo había en este lugar. Y frecuentaba los sacramentos, confesándose y comulgando cuando lo manda la Santa Madre Iglesia. Y muchas vísperas de la Madre de Dios le ha visto hacer lo mismo, y todas las veces que había jubileo le ganaba. Y cuando salía el Santísimo Sacramento le veía ir muchas veces acompañándole. Y de ordinario le veía traer un rosario al cuello y siempre le vio hacer cosas de buena cristiana». Mientras que la hija de ambos, María de los Ángeles, señala que ha visto «a María García azotarse el Jueves Santo y hacer otras penitencias como buena cristiana».

Auto de fe de la Inquisición. Óleo de Francisco de Goya (h. 1812-1819). Los procesados por el tribunal del Santo Oficio lucen el sambenito y llevan sus cabezas cubiertas por una coroza o gorro cónico alargado, hecho de papel, en el que se pintaban figuras alusivas al delito o a su castigo. Propiedad: Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid, España)

No obstante y como comentamos hace un momento, ninguna de las manifestaciones a favor de su condición de buena cristiana produjeron el efecto deseado. Antes al contrario, nuestra protagonista fue condenada en auto público de fe, a salir por las calles de la ciudad en forma de penitente, con una soga a la garganta, una vela entre las manos y tocada con una coroza de hechicera. Asimismo, fue desterrada por espacio de cuatro años de las islas de Gran Canaria y Tenerife, entre otras penitencias. Finalmente, sus pertenencias y propiedades le fueron confiscadas. Sin embargo y a pesar de tales penas y castigos la práctica de la brujería y la hechicería siguieron practicándose hasta al menos el siglo XIX (sirva como ejemplo el caso de Jerónima de la Vega, acusada de brujería en 1805) pues ambas «artes» seguían siendo demandadas por el resto de vecinos de la localidad.

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

FAJARDO SPÍNOLA, Francisco: Hechicería y brujería en Canarias en la Edad Moderna. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1992.

FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Manuel: Casadas, monjas, rameras y brujas. La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento. Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2005.

MILLARES TORRES, Agustín: Historia General de las Islas Canarias de Agustín Millares Torres, complementada con elaboraciones actuales de diversos especialistas. Cedirca S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 1977, t. III, pp. 244-245.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Brujas y hechiceras en la raya de Teror. El caso de María García (II)


Viene de: Brujas y hechiceras en la raya de Teror (I)


Desde su implantación en el año 1478 hasta su abolición definitiva en 1834, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición persiguió con ahínco cualquier tipo de comportamiento o conducta que atentara o pusiera en entredicho la ortodoxia y los dogmas de la Iglesia Católica. Entre los delitos castigados por este tribunal eclesiástico, cobraron especial importancia los procesos seguidos contra mujeres ―y en menor medida contra los varones― acusadas de practicar la brujería o hechicería. Como no podía ser menos, durante los siglos XVII al XIX la jurisdicción de Teror no fue ajena a este fenómeno. En el archivo de El Museo Canario, institución donde se custodian los fondos del Tribunal del Santo Oficio de la Santa Inquisición de Canarias, se conservan algunos estos procesos seguidos contra mujeres naturales de Teror, quienes sufrieron en sus propias carnes todo el rigor y la dureza de esta temida institución. Uno de los casos más antiguos que conocemos fue el de la terorense María García, procesada en 1608 por «hechicería y pacto con el Demonio».
Debemos decir que el ejemplo y circunstancias de María García fueron bastante parecidos al del resto de féminas de la época, acusadas del mismo delito. Por lo general, se trataba de mujeres de condición humilde y que ya soportaban sobre sí otro tipo de «máculas» o «tachas» como la de ser madres solteras, alcahuetas o esclavas. En el caso de María García, comprobamos como a pesar de haberse casado con Juan Estévez, éste acabó repudiándola, argumentando «que andaba con otro hombre», razón por la cual fue encarcelada durante dos largos años. Ante la ausencia del esposo se vio precisada a refugiarse en el hogar materno, donde se ganaba la vida ―según declara ella misma― vendiendo «algunas cosas de comer y amasando». Quizá fue esta ausencia de marido lo que le llevó a convertirse en la manceba o amante del vecino de la localidad Amaro García, una relación que daría como fruto el nacimiento de un hijo ilegítimo, toda vez que el querido acabó por abandonarla para casarse con la terorense María Gutiérrez. Asimismo, no sería descabellado pensar que fue su condición de mujer abandonada y con pocos recursos, lo que la llevaría al ejercicio de todo tipo de ritos y prácticas hechiceras, como medio para ganarse la vida. Tales rituales y sortilegios le eran ampliamente demandados por las mismas personas que ―ironías del destino― acabaron denunciándola ante el Santo Oficio. Y es que la condición de «cristiano viejo» no impedía acudir ―llegado el caso― a las artes de una bruja o hechicera, una vez agotadas otras vías más ortodoxas. En definitiva, María García encarna a la perfección el prototipo del personaje literario de la Celestina, o mujer de «mal vivir». Una verdadera proscrita que vivía al margen de la sociedad, pero a la que sin embargo se solía acudir en busca de consejos y remedios, entre los que cabe destacar todo tipo de asuntos de índole sexual o sentimental. De hecho, entre las culpas que se le achacan se encuentra la siguiente: «Y que la dicha rea [María García] no sólo es mujer de mal vivir, sino que es públicamente alcahueta de mujeres casadas y solteras, juntándolas en su casa con hombres solteros y casados. Y siendo causa de muchas descensiones y de gran escándalo y murmuración».
Y es que efectivamente, parece que fueron las cuestiones de carácter sexual o afectivo las más demandadas por los terorenses del siglo XVII. Así, para conseguir paz con el esposo o pretendiente y lograr que éste no olvidase a su amada, María García sugirió a varias mujeres que cuando les «bajase su regla, tomase[n] de aquella sangre, lavando la camisa donde estuviese. Y le echase[n] de aquello en el vino y se la diesen a beber. Y que con aquello nunca la[s] olvidaría[n]».


María García satisfizo con todo tipo de rituales y sortilegios los anhelos amorosos y los apetitos sexuales de buena parte de los terorenses de los últimos años del siglo XVI y comienzos del XVII.


 Igual de escatológico era el remedio empleado para conseguir el efecto contrario, pues la propia María García, viendo como su amante Amaro García la repudiaba para concertar matrimonio con una vecina del lugar, pidió a Ana García ―hermana del enamorado― que le diese un camisón de éste para sahumarlo «con un poco de mierda» de la futura esposa ―que ella ya tenía guardada― «y que con aquello no se casarían». Otra manera de intentar conseguir el amor incondicional o los favores del hombre amado nos la ofrece la declaración de la negra Antona de Arencibia, quien relató como una ocasión María García le dijo le trajese de Arucas la calavera de un muerto y unas turmas o testículos de un perro «y que las salarían y secarían y las pondrían en las fajas, con lo qual aunque el hombre que quisiesen estuviese en cavo del mundo, le harían venir luego a donde quisieren».
            En otras ocasiones, lo que se buscaba era quitarse de encima o deshacerse de una amante o pretendiente que ya comenzaba a resultar molesta. Tal le sucedió a Serafín Domínguez, que acudió a María García en busca de remedio, pues pretendía desembarazarse de una mujer que estaba «aficionada» de él. Ante tal situación, María García le aconsejó «que tomase un freno [de caballo] y se lo pusiese en su propia natura [pene] diciendo: refrénate bestia fiera» y que con aquello la olvidaría. Otras peticiones consistían en averiguar si el esposo le era fiel a su cónyuge. Así, Catalina Pérez de Villanueva, ante las vejaciones y maltratos de su marido Sebastián de Toro, solicita los servicios de nuestra protagonista, diciéndole que «quería echar unas suertes para ver si su marido estaba amancebado». De esta manera, María García «tomó un harnero y clavó unas tijeras en él. Y tomó de él un anillo que hizo trabar a ésta del otro y dijo algunas palabras que la testigo no entendió», tras lo cual le contestó que era verdad que estaba amancebado.
            Sin embargo, no fueron los amores no correspondidos, el sexo, la lujuria o la pasión irrefrenable, los únicos negocios que atendió la terorense María García. Asuntos más oscuros, como la de provocar la muerte de un recién nacido, se encuentran entre los delitos que se le achacaron. Aunque ésta será una cuestión que abordaremos en una próxima entrega.

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

FAJARDO SPÍNOLA, Francisco: Hechicería y brujería en Canarias en la Edad Moderna. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1992.

FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Manuel: Casadas, monjas, rameras y brujas. La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento. Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2005.

MILLARES TORRES, Agustín: Historia General de las Islas Canarias de Agustín Millares Torres, complementada con elaboraciones actuales de diversos especialistas. Cedirca S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 1977, t. III, pp. 244-245.


           

Brujas y hechiceras en la raya de Teror (I)

De entre los muchos mitos e invenciones relacionados con la historia de Teror, cabe destacar el caso del mal llamado «Parque, Patio o Llano de las brujas» situado en la conocida Finca de Osorio. En los últimos 25 ó 30 años hemos sido testigos de cómo el paraje popularmente conocido como «La Alameda» o «Parque de la fuente» ―suponemos que deben existir otras denominaciones― ha ido cambiando su nominación tradicional por el ya aludido «topónimo» de «Parque de las brujas». Este cambio de nombre se debe al éxito y rapidez con la que se han extendido las historias que sitúan en este bello lugar la práctica en tiempos pasados de todo tipo de aquelarres y ritos brujeriles, a los que se suman leyendas de duendes y un sinfín de personajes fantásticos. Sin duda, el éxito de tales relatos y la implantación de la denominación «Parque de las brujas» cabe atribuirlo en primer lugar, a la amplia cobertura y difusión de la que han gozado estas historias en los medios de comunicación. Sirva como ejemplo el reciente vídeo promocional dedicado a la Finca de Osorio, realizado por el canal de televisión Antena 3 de Canarias. Por si fuera poco, el que suscribe ha sido testigo en más de una ocasión, de cómo toda una legión de guías, animadores socio-culturales o monitores medio-ambientales, divulgan y «enseñan» alegremente este tipo de fábulas entre los grupos de escolares que suelen visitar la finca. Unos relatos, que al margen de su contenido fantástico, nada tienen que ver con la Finca de Osorio.
Es posible que a estas alturas más de uno piense que estamos en contra de que a los niños y niñas se les relaten o narren cuentos de brujas, de aparecidos o de duendes. Incluso, no faltará quien piense que por nuestra condición de historiador somos incapaces de disfrutar con este tipo de relatos fantásticos y que vivimos encorsetados y apegados al dato histórico, objetivo y mensurable. Nada de eso. Los cuentos y leyendas sobre seres fantásticos forman parte de nuestro bagaje cultural y han cautivado a lo largo de miles de años a generaciones enteras de niños (y también de adultos). Sin embargo, en el caso de la Finca de Osorio la difusión de este tipo de relatos ha dado lugar a la implantación de una denominación artificial que, al contrario de lo que ocurre con el resto de topónimos de nuestra localidad, no se ajusta a la realidad o a la tradición. Y es que las historias que se cuentan sobre la celebración de aquelarres y reuniones de brujas en el paraje al que hemos venido haciendo mención, son lisa y llanamente falsas. Bastaría con darse un paseo por la finca y preguntar a las familias de arrendatarios que aún viven y trabajan en ella, para comprobar que nos encontramos ante las conjeturas descabelladas y absurdas de una serie de pseudo-investigadores. Unas «teorías» ―por llamarlas de algún modo― basadas en la ciencia infusa ―que no en la investigación― y por supuesto, sin contar con el más mínimo apoyo documental, ya sea escrito u oral.

El aquelarre. Óleo de Francisco de Goya (h. 1797-1798)
Propiedad: Museo Lázaro Galdiano.

Por el contrario, nuestra localidad es rica en todo tipo de fábulas o relatos sobre aparecidos o almas en pena, alguna de las cuales se han ido transmitiendo de forma verbal a lo largo de varias generaciones. Sirva como ejemplo el caso del llamado «Jacho de la Laguna» que a buen seguro aterrorizó a más de un vecino de Teror o Valleseco de los siglos XIX y parte del XX. Asimismo, en el rico archivo de El Museo Canario se custodian interesantísimos documentos sobre supuestas brujas o hechiceras ―naturales de Teror― perseguidas o procesadas por el Tribunal del Santo Oficio. Precisamente a una de ellas, llamada María García ―condenada en el año 1608 por «hechicería y pacto con el Demonio»― dedicaremos nuestro próximo artículo.

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

FAJARDO SPÍNOLA, Francisco: Hechicería y brujería en Canarias en la Edad Moderna. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1992.

HERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Vicente: «Brujerías, curanderas, santiguadoras», en La obra de Vicente Hernández Jiménez. Homenaje al cronista de la Villa de Teror. Anroart Ediciones, Las Palmas de Gran Canaria, pp. 342-344.

JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Sebastián: Mitos y leyendas: prácticas brujeras, maleficios, santiguados y curanderismo popular en Canarias. Editorial Faycan, Las Palmas de Gran Canaria, 1955.






martes, 16 de agosto de 2011

La Basílica del Pino ¿Real Santuario? A propósito de Wikipedia (V)

La imagen de Nuestra Señora del Pino y el templo que la acoge han sido distinguidos con honores tales como el de la coronación canónica de la imagen (1905), su declaración en calidad de Patrona Principal de la Diócesis de Canarias (1914) o la obtención del título de Basílica Menor (1916). Sin embargo, entre las dignidades que ostenta el santuario de la Patrona de Gran Canaria, no se encuentra la de «Real Santuario», tal como se señala en el mentado artículo dedicado a Teror publicado en la Web Wikipedia. Sin duda, el oficio de historiador (nos referimos a aquellos que hemos obtenido nuestra titulación en el ámbito universitario) exige un alto grado de integridad y objetividad. Sin embargo, nuestra labor nos descubre en ocasiones una realidad alejada de esa visión idílica ―o «a medida»― que algunos desearían tener del tiempo pretérito. En todo caso, el historiador está obligado ―o tiene el deber moral ― de mostrar y divulgar el pasado de forma natural y sin complejos. Un pasado que evidentemente tiene muchas luces, pero en el que también hubo muchas sombras. Y todo ello, a riesgo de ser tachado de poco riguroso o acusado de fomentar la provocación y el enfrentamiento. En nuestro caso no buscamos nada de eso, antes al contrario…
            A estas alturas se preguntará el lector a qué viene toda esta retahíla. Precisamente lo hacemos para denunciar o llamar la atención sobre esa ansia desmedida por acomodar la realidad ―pasada y presente― a nuestros gustos o preferencias. Desafortunadamente, entre los valores que distinguen a nuestra Basílica del Pino aún no podemos incluir el de «Real Santuario», una dignidad que sólo puede conceder la Casa Real. Ya en una ocasión comentamos que «presumir» de lo que no se tiene es una gran necedad. No obstante, en algo estamos de acuerdo con el autor del artículo, y es que méritos no le faltan a nuestra Patrona y a su  templo para poder obtenerlo. Bueno sería que los poderes públicos (civiles y eclesiásticos) aunaran sus esfuerzos para conseguir sumar a los honores y distinciones de la Basílica de Nuestra Señora del Pino, el de «Real Santuario».

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

HERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Vicente: «El inicio de un sentir popular», en El Pino. Historia, tradición y espiritualidad canaria. Editorial Prensa Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2002, pp. 33-44.

LIRIA RODRÍGUEZ, Jorge: «La crónica periodística de una tradición», en El Pino. Historia, tradición y espiritualidad canaria. Editorial Prensa Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2002, pp. 477-524

lunes, 8 de agosto de 2011

Villa vs. Lugar. A propósito de Wikipedia (IV)

Continuamos con nuestro propósito de señalar los desaciertos y gazapos que figuran en la Web de la enciclopedia virtual Wikipedia, referentes a Teror. En esta nueva ocasión fijaremos nuestra atención en la ya citada tabla de «Cronología y fechas de la Villa Mariana». Entre las muchas fechas y efemérides que ofrece el autor de este texto aparece la siguiente: «Año 1590: Teror es proclamada Villa Mariana». Nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que ya desde el siglo XVI se hace mención a Teror en calidad de «Villa», no lo es menos que las ocasiones en las que se emplea tal término se pueden contar con los dedos de una mano. Por el contrario, abundan los ejemplos en los que se emplea el vocablo «Lugar». Así, en 1629 el obispo Cristóbal de la Cámara y Murga hace alusión a Teror en los siguientes términos: «Terori. Es un lugar fresco…». Años después, en 1686 y 1764, el historiador Pedro Agustín del Castillo y el padre Acevedo, respectivamente, se referirán a él como: «Lugar de Teror». Y así podríamos seguir hasta aburrirnos. Efectivamente, durante los siglos XVI y durante buena parte del siglo XIX, la localidad de Teror es mencionada en calidad de «Lugar» mientras que el vocablo «Villa» es empleado en muy contadas ocasiones, generalizándose solamente a partir del pasado siglo XX. Que yo sepa, durante el Antiguo Régimen fueron muy pocas las entidades de población que eran reconocidas o mencionadas de esta manera. Nos referimos a las Villas de Arucas, Gáldar o Agüimes (puede que se me quede alguna…).

            Asimismo, la forma en la que está redactado el texto aludido nos puede llevar a un error aún mayor. Recordemos «Año 1590: Teror es proclamada Villa Mariana». El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, nos ofrece en su primera y segunda acepción el significado de la palabra «proclamar»: «1. Publicar en alta voz algo para que se haga notorio a todos»; y «2. Declarar solemnemente el principio o inauguración de un reinado u otra cosa». Por lo tanto, la acción de «proclamar» conlleva la realización de un acto público y solemne, algo que nunca se produjo en Teror y menos aún en la fecha que nos mencionan. Desde luego, el hecho de que en el año 1590 se emplee el vocablo «Villa» para referirse a Teror, no significa que esta ya lo fuese en aquella época. Efectivamente, en la investigación histórica la constatación de un hecho o una realidad no se puede reducir al hallazgo de unos pocos datos aislados. Por el contrario, se hace necesario cuantificar, comparar y someter a juicio crítico la fuente con la que nos topamos. Y es que como dice el refranero, una golondrina no hace verano…

Fragmento de un documento del siglo XVIII relativo a Teror. 
Foto: Héctor Vera



Gustavo A. Trujillo Yánez