jueves, 16 de enero de 2014

Robinson Crusoe y las Fiestas del Pino del año 1963

En 1963 el joven Peter Miles se encontraba en Gran Canaria, tras una travesía en un barco a vela que le llevó desde su Inglaterra natal hasta las Islas Barbados, en las Indias Occidentales. Precisamente, en ese año la televisión británica rodaba en nuestra isla la serie "Las aventuras de Robinson Crusoe" protagonizada por el actor Robert Hoffman. En ella participó Peter Milles encarnando el papel de marinero. El rodaje de la serie le obligó a permanecer en la isla durante algún tiempo, el justo para recorrerla y arribar a la Villa de Teror, que por aquel entonces celebraba las fiestas en honor a su Patrona. La visita fue aprovechada para obtener algunas fotos de la Romería, de las que ya ofrecí una breve selección en mi perfil personal de Facebook, el pasado 20 de noviembre de 2013.  Ahora, compartimos el resto de fotografías ―hasta un total de 12― donde se plasman diferentes instantes de la ofrenda-romería de hace ya 51 años y que se suman al patrimonio fotográfico-histórico de la Villa Mariana.

Grupo de romeros. Autor: Peter Miles (1963).

Campesina. Autor: Peter Miles (1963).

El fotógrafo ambulante. Autor: Peter Miles (1963).

Carroza de Valleseco. Autor: Peter Miles (1963).

La labradora. Autor: Peter Miles (1963).

Grupo de niños. Autor: Peter Miles (1963).

Romería a su paso por el Paseo González Díaz. Autor: Peter Miles (1963).

La yunta. Autor: Peter Miles (1963).

Carroza de Valsequillo. Autor: Peter Miles (1963).

Alegoría a la cogida del tomate. Autor: Peter Miles (1963).

La turronera. Autor: Peter Miles (1963).

Guardia de honor. Autor: Peter Miles (1963).

Peter Miles, autor de las fotografías, posando en las Dunas de Maspalomas durante el rodaje de la serie "The adventures of Robinson Crusoe" (1963).

Gustavo A. Trujillo Yánez.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Teror, patrimonio oral y sonoro de Gran Canaria (III)

Décima al general Martínez-Campos

Viene de: Teror, patrimonio oral y sonoro de Gran Canaria (II)


Caricatura del general español Arsenio Martínez-Campos, en una lámina del siglo XIX.

El pasado 19 de junio de 2013, don Juan Francisco y doña Rosario Yánez Domínguez nos informaban sobre la denominada "Oración del peregrino" aprendida de labios de don Antonio Domínguez González "Padrino" (1889-1969) tío-abuelo de ambos.
En esta nueva ocasión, nuestro primer informante (Juan Francisco Yánez Domínguez) nos recita una décima, también aprendida desde su más tierna edad de manos del citado Antonio Domínguez, quien a su vez la memorizó durante alguno de sus frecuentes viajes a la isla de Cuba.


Retrato del general independentista cubano Antonio Maceo, protagonista junto con el militar español Martínez-Campos de la décima que reproducimos más abajo.

El contenido de la misma hace referencia a la llamada "Guerra de los diez años" o "Guerra Grande" que enfrentó a las tropas españolas contra las fuerzas independentistas cubanas durante los años 1868 a 1878. Como no podía ser de otra manera, los versos aluden al enfrentamiento habido entre el general español Arsenio Martínez-Campos Antón (1831-1900) con su homónimo Antonio de la Caridad Maceo y Grajales (1845-1896) destacado líder de la causa cubana. La versión que aquí traemos difiere un poco de la recogida en su momento por el historiador José Luciano Franco. Su contenido reza así:

Martínez Campos creía,
que Cuba iba a ser de España,
y andaba por la montaña,
con piezas de artillería.
Y Maceo le decía,
"abaja" tú para la Habana,
que yo con mi tropa cubana,
haré a Cuba independiente,
a fuerza de plomo caliente,
y pólvora americana[1].



Nuestro informante, don Juan Francisco Yánez Domínguez en una fotografía de 1963. De labios de su tío-abuelo Antonio Domínguez González "Padrino", aprendió la décima que aquí se reproduce.

Gustavo A. Trujillo Yánez.



[1] De boca de su bisabuela Nieves Travieso, José Luis Yánez Rodríguez también reproduce esta décima en su última publicación: Teror. De cuntino y de domingo (Anroart Ediciones, 2013, p. 63).





miércoles, 19 de junio de 2013

Teror, patrimonio oral y sonoro de Gran Canaria (II)

La oración del peregrino

Viene de: Teror, patrimonio oral y sonoro de Gran Canaria
http://terorhistorico.blogspot.com.es/2012/05/teror-patrimonio-oral-y-sonoro-de-gran.html

En esta nueva entrega de la sección "Teror. Patrimonio oral y sonoro de Gran Canaria" incluimos la conocida como "Oración del Peregrino", un romance transmitido por Antonio Domínguez González "Padrino" (1889-1969) a sus sobrinos-nietos, Juan Francisco y Rosario Yánez Domínguez, cuando aún éstos eran niños. Se trata de una versión parecida (aunque con variantes) a la recogida por Maximiano Trapero en su Romancero General de Lanzarote (2003:198). La entrevista fue realizada durante los meses de mayo de 2012 y abril de 2013.

Retrato de Antonio Domínguez González "Padrino" (1889-1969).

Jueves Santo a medio día
Jesucristo caminaba,
Con una cruz a sus hombros
De madera muy pesada.

San Cristóbal está en la puerta
Con su capita cubierta,
Rezando y suplicando a las monjas del bordón
Que le enseñen la oración,
La oración del peregrino
Cuando Jesucristo vino
Y se puso en el altar.

Por sus pies echaba sangre
Y sus manos desatadas,
¡Quita, quita Magdalena!
¡No me vengas a limpiar!
Que estas son las cinco llagas
Que tenemos que pasar,
Entre chiquitos y grandes
Y toda la cristiandad,
En el velo de la Cruz[1]
Padre Nuestro, Amén, Jesús.

Quien esta oración rezara[2]
Todos los viernes del año,
Sacará un alma de penas
Y la suya de pecado.
El que lo sabe no lo dice
El que lo oye no lo aprende[3],
Llegará el día del Juicio,
El que gana y el que pierde
La vara de su justicia
Le dará para que se acuerde.

Informantes:
D. Juan Francisco Yánez Domínguez
Dña. Rosario Yánez Domínguez

Gustavo  A. Trujillo Yánez



[1] D. Juan Francisco Yánez Domínguez dice «en el rostro de Jesús».
[2] Ídem, aquí dice «dijera».
[3] Ídem, aquí dice «Quien lo sabe no lo dice / Quien lo oye no lo aprende».

martes, 26 de febrero de 2013

Una nota curiosa en la biografía de don Juan González Hernández (1855-1927)



Contribución al centenario de la colocación de la primera piedra de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (1913-2013)


Hace algún tiempo nos topamos con un curioso (y creemos que poco conocido) documento, relacionado con el promotor de la iglesia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, del barrio terorense de los Arbejales. Nos referimos a don Juan González Hernández, rector de la parroquia de Teror durante los años 1908 a 1927. Se trata de una petición, fechada el 31 de mayo de 1876, en la que el religioso solicita al alcalde de Las Palmas, el cráneo de su madre, María de los Reyes Hernández Martín, fallecida cuando éste aún era un niño. En el mentado documento (que transcribimos a continuación) el joven don Juan González, argumenta motivos piadosos, para conservar en su poder los restos de su madre, toda vez que habían sido extraídos del nicho donde recibían sepultura.

 Retrato de don Juan González Hernández, párroco de Teror durante el periodo 1908-1927.

Dicha petición fue aprobada en sesión ordinaria, el 19 de junio de 1876, en vista de la cual se acordó acceder a lo solicitado, dando la oportuna orden al administrador del cementerio. Desconocemos el destino de los restos mortales de la progenitora del párroco. La expresión «conservar en mi poder» que usa el peticionario, nos podría llevar a pensar (creo que erróneamente) que los guardó en su propio domicilio. No obstante, lo más probable es que fuesen a reposar en el cementerio parroquial de Teror. Sea como fuere, el documento al que nos referimos completa y añade un dato más a la biografía, del que ha pasado a la historia de Canarias, como el inspirador de un templo (el primero dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, en el archipiélago) que en este presente año ya cumple el primer centenario de la colocación de su primera piedra.

Gustavo A. Trujillo Yánez

TRANSCRIPCIÓN DEL DOCUMENTO:

«Sr. Alcalde de Las Palmas:

Don Juan González Hernández, subdiácono, natural y vecino de esta ciudad, a Usted espone; que deseando, por un motivo piadoso, conservar en mi poder el cráneo de mi madre (que en paz descanse). Y habiénsose dicho cráneo estraído del nicho y bajo la custodia del capellán del cementerio.

Suplica a Usted, se digne dar la orden oportuna a dicho capellán, a fin de obtener lo que dejo solicitado. Gracia que no dudo alcanzar de la conocida rectitud de Usted.

Las Palmas, treinta y uno de mayo, de mil ochocientos setenta y seis».

lunes, 27 de agosto de 2012

Sagrado Rubor. Imagen vestida vs. Imagen desnuda


Como ocurre cada año, la llegada del mes de septiembre y la celebración de las fiestas en honor a la Virgen del Pino, lleva consigo la necesidad ―y también la obligación― de remozar y cambiar las galas de la Patrona de Gran Canaria. Así, en los días previos a la ceremonia de su bajada desde el camarín al presbiterio del templo parroquial, tiene lugar el acto de desvestir y vestir a la sagrada efigie, a la que se le cambia su vestido o manto de diario por alguno de los muchos que se custodian en su tesoro. La costumbre de vestir a las imágenes de devoción hunde sus raíces en la Baja Edad Media, arraigando en Canarias desde fechas muy tempranas. Y que es para los hombres y las mujeres de los siglos modernos, la contemplación de una escultura ―aunque se tratase de una talla completa y vestida― sin sus correspondientes atavíos y postizos, era del todo irreverente e irrespetuosa, pues se consideraba que las imágenes sin revestir quedaban poco menos que «desnudas».
La imagen de Nuestra Señora del Pino, aunque se trata de una talla completa o de bulto redondo, era revestida desde el siglo XVI. Ya en 1558 se menciona la existencia de una camisa de seda verde labrada de pinos, ajuar que irá aumentando gracias a las donaciones de sus feligreses. Tal fue el gusto por venerar a la imagen con sus ropas, que se la ha llegado a dotar de artificios tales como una peana de madera con la que disimular su pequeña estatura y, de esta manera poder elevar su tamaño, así como de unas manos postizas que suplen a las originales, ocultas bajo los pesados ropajes. De esta forma fue gestándose el ritual de vestir a la imagen del Pino, una ceremonia que desde muy antiguo se convirtió en un acto íntimo y reservado a unos pocos privilegiados, al imponerse la obligación de cambiarle sus vestidos fuera de la vista indiscreta de los devotos. Nos referimos al mandato del obispo Ruiz Simón, quien el 20 de mayo de 1707, limitó al cura de la parroquia, a la camarera y al sacristán, el número de personas que podían estar presentes en el momento de mudar el atuendo a la imagen. Esta costumbre que aún se mantiene vigente, también se vio favorecida con la construcción en 1615, a instancias del prelado Antonio Corrionero, de un nicho o camarín con el que procurar a la efigie un espacio retirado. Y también con la institucionalización del oficio de camarera, cargo honorífico reservado a las damas de la alta sociedad de Gran Canaria, pero que en sus primeros momentos fue copado por la familia Pérez de Villanueva, en quienes recayó el patronato de la capilla mayor de la parroquia de Teror.
No obstante, si bien fueron las mismas autoridades eclesiásticas quienes promocionaron y promovieron este tipo de prácticas, no es menos cierto que en algunos casos también las veían con cierto recelo, razón por la cual intentaron limitarlas. Así, durante el siglo XVII, obispos como Francisco Martínez de Ceniceros o Cristóbal de la Cámara y Murga, censuraron la costumbre de vestir imágenes y ponerles ropa «sin necesidad y, lo que es peor, vestirlas profanamente como si fueran mujeres», llegando a prohibir que las imágenes de bulto redondo fuesen vestidas. Precisamente, entre los milagros y portentos atribuidos a la imagen del Pino, se citan varios episodios en los que ciertos obispos ―cuyos nombres se silencian― ordenaron despojar de sus ropas y alhajas a la Patrona. Asimismo, durante la visita a la parroquia de Teror del arcediano don Juan de Salvago ―durante los meses junio y julio del año 1574― se prohibió vestir a la imagen con prendas que ya hubiesen sido usadas por alguna vecina del lugar. Posteriormente, la llegada de las ideas ilustradas supuso un nuevo intento ―baldío― por imponer un cambio en la mentalidad y estética barroca, concretamente con la mentada costumbre de revestir a las imágenes de devoción. Es precisamente en este contexto cuando surgen los primeros retratos y grabados en los que se muestra a la Patrona de Gran Canaria en el árbol de la aparición, desposeída de sus vestidos, joyas y atavíos. Todo, al objeto de desterrar una tradición que ya empezaba ser muy mal vista por ciertos sectores de la nobleza e Iglesia isleña. Sea como fuere, la añeja costumbre de engalanar a la imagen del Pino siempre siguió presente. Incluso, entre los milagros y prodigios ―arriba citados― que se atribuyen a esta entrañable imagen, se cuentan ciertas historias en las que la misma Patrona mostró con todo tipo de señales y portentos, su disgusto ante los intentos de mostrarla ante sus fieles devotos sin sus ricos vestidos. Nos referimos al relato que Leonor de Ortega transmitió a su yerno Blas de Quintana Miguel, sobre el episodio del obispo ―cuyo nombre se omite― que tras ver a la Patrona sin sus vestidos ordenó que de allí en adelante se venerase «desnuda» y que éstos se vendiesen, mandato que finalmente no pudo llevarse a efecto, pues «fue tal y tan grande la tormenta y tempestad de truenos, relámpagos y agua, que creyeron se hundiera el lugar» de manera que haciendo reparo si sería por lo hecho, acudieron a vestirla, momento en el cual cesó la tormenta. Suceso parecido fue el narrado por fray Diego Henríquez en 1714, si bien en esta ocasión la orden del prelado dio lugar a un cambio en el semblante de la imagen, pues «hallaron el alegre resplandor de aquel rostro celestial tan convertido en opaco y melancólico, que no podían sin mucha pena mirarla» razón por cual sus fieles devotos volvieron a vestirla, desoyendo el mandato del obispo.


Esta fotografía, tomada hacia 1922 por Teodoro Maisch, a instancias del obispo don Ángel Marquina Corrales, estuvo precedida de un intento de despojar a la imagen del Pino de sus mantos y trajes. El suceso, como ocurriera siglos atrás, fue rechazado duramente por el vecindario de Teror y los devotos de la Patrona, habituados a venerarla con sus alhajas y postizos. Archivo de Fotografía Histórica de Canarias, FEDAC-Cabildo de Gran Canaria.

Sin duda, para muchos hombres y mujeres del presente siglo XXI, estas costumbres y rituales pueden resultarles trasnochados, fruto de la ignorancia y en no pocos casos, de la superstición o de unas formas de religiosidad propias de un tiempo antiguo y remoto. En la actualidad la contemplación de la Patrona de Gran Canaria sin sus mantos y joyas, no supone ―al menos para una inmensa mayoría de devotos― ningún tipo de acto irreverente o irrespetuoso, siendo muchos los que aplauden la decisión de mostrarla de esta manera. No obstante, en honor a la verdad debemos decir que este cambio de mentalidad no se produjo hasta tiempos relativamente recientes. Sirvan como nuestra, los polémicos y controvertidos episodios vividos en la Villa durante los mandatos de los obispos Marquina Corrales e Infantes Florido, quienes intentaron ―sin conseguirlo― exponer y despojar a la imagen del Pino de sus vestidos y joyas, en consonancia con una devoción más reflexiva y sobria, alejada de excesivos alardes exteriores. Y es que en muchos aspectos, y a pesar de los siglos transcurridos, las mentalidades y formas de religiosidad de los siglos modernos, aún siguen vigentes o lo han estado hasta hace muy poco tiempo.

Gustavo A. Trujillo Yánez

lunes, 13 de agosto de 2012

Destreza, sangre y valor en honor a la Patrona. Notas sobre las fiesta de toros bravos en el Teror del siglo XVII


El culto y la afición al toro tiene unos orígenes remotos. Sirvan como muestra las representaciones artísticas cretenses y etruscas de ‹‹juegos de toros››, o las noticias que se tienen sobre el empleo de estos nobles animales en los circos romanos. En España, a partir del siglo X se volvió a popularizar la lucha contra estos bóvidos, y en el siglo XIII, Alfonso X El Sabio dictó severas leyes por las que declaraba infame al que tuviera que combatir con animales salvajes por dinero, considerando honrosa la lucha con el toro para mostrar el valor personal. Nuestro archipiélago, tras su anexión a la corona castellana, comparte con el resto de españoles la afición por la lidia de toros bravos. Tanto es así que en las fiestas religiosas en honor al Santo Sacramento, Corpus Christi, Pascua, Santa María de Agosto, las fiestas de los Santos o las celebradas en honor a San Juan, nunca faltaron este tipo de actos lúdicos. También fueron empleados para conmemorar acontecimientos profanos, como la coronación de Carlos V, la derrota de los comuneros, tratados de paz, o el nacimiento de nuevos vástagos en la Casa Real, como el caso de Felipe II. En todas estas ocasiones era el Concejo o Ayuntamiento de la isla, el encargado de organizar el espectáculo, sufragado a costa de los bienes de propios. No obstante y al igual que ocurría en la Península, desde al menos el siglo XV, en Canarias también se alzaron voces críticas contra este tipo de sanguinarios y crueles espectáculos. Sirvan como ejemplo las prohibiciones del Obispo don Cristóbal de la Cámara y Murga, a quien se debe la negativa de correr toros en días de fiesta, bajo pena de excomunión mayor y 200 ducados de multa, o la tendente a impedir que los clérigos, cofradías y cabildos eclesiásticos ofrecieran, pidiesen limosnas o comprasen toros, sancionándose en este caso con la excomunión y 2000 maravedíes. También se persiguió la costumbre de celebrar fiestas y corridas de toros en honor a Dios y a los santos, práctica bastante frecuente entre los canarios de los siglos XVI y XVII.

Corrida de toros en Benavente en honor a Felipe El Hermoso. Óleo atribuido al pintor Jacob van Laethem (1506).

Sin embargo, a pesar de tales disposiciones y censuras, con precedentes en el Concilio de Trento (1545-1563) y en Provincial de Toledo (1566), los regocijos con toros bravos estuvieron presentes en los «programas» de actos festivos como los celebrados en honor a la Virgen del Pino. Y es que a pesar de lo dispuesto por el obispo Cámara y Murga en su Sínodo de 1631, la parroquia de Teror continuará financiando la celebración de corridas de toros. Sirva como ejemplo, el sueldo que se pagó a los toreros que actuaron en la fiesta del año 1647:

«Item se descarga con tres reales que dixo haber pagado a dos toreros que truxeron los toros para la celebración de la festividad de Nuestra Señora por Septiembre deste año de 1647».

O el dinero que se le abonó al mozo encargado de guardar los toros que se lidiaron al año siguiente:

«Ytem se descarga con cinco reales que dixo havía pagado a un mosso, guarda de los toros que se lidiaron en dicha festividad de dicho año de 1648».

Corrida de toros en Santa Cruz de Tenerife (h. 1900-1905). Archivo de Fotografía Histórica de Canarias, FEDAC-Cabildo de Gran Canaria.

La manera en que se desarrollaban este tipo de diversiones, de los que fueron muy gustosos nuestros antepasados, no debió de ser muy diferente al modo y manera con que se luchaba contra estos bellos animales en la España del llamado Siglo de Oro. En primer lugar y a falta de una plaza de toros permanente, cualquier espacio abierto hacía las veces de coso taurino, delimitándose éste con barreras de madera o talanqueras. El toreo a caballo, reservado para la clase aristocrática, fue en estos momentos el más difundido, debiendo el caballero clavar un rejón en el cuello del animal. El sacrificio del toro sólo producía en el caso de que el rejoneador se dejara ‹‹ofender›› por el bóvido, teniendo éste la obligación de vengarse y saldar la ofensa, abatiéndolo de una estocada. En el supuesto contrario de que el caballero no fuese ofendido por el bruto, la fiesta finalizaba sin la consumación de la muerte. Era entonces cuando entraban en escena los llamados peones, encargados de inmovilizar al animal desjarretándolo, o lo que es lo mismo, cortando a cuchilladas sus patas por el jarrete o parte posterior de la rodilla, con lo que el noble espectáculo se convertía entonces en una auténtica orgía de sangre. Probablemente, fueron este tipo de toreros que se enfrentaban al toro a pie, y no aquellos que lo hacían sobre la grupa de un caballo, los más usuales en las fiestas de Teror, pues la actuación de los éstos fue más frecuente en la capital del reino y en las grandes ciudades. Con todo, los terorenses del Seiscientos no sólo saciaron su hambre y sed de espectáculo y morbo con la sangre de los toros y probablemente, y en alguna que otra ocasión, con la de los propios toreros. Entre sus aficiones también cabe señalar pasatiempos menos cruentos como los juegos de naipes y bolos, las comedias, los fuegos de artificio, y los bailes o la música de tamboril ejecutados por esclavos negros o «morenos».

Gustavo A. Trujillo Yánez

jueves, 12 de julio de 2012

Origen y difusión del apelativo «del Pino» en la parroquia de Teror (1605-1782)


"Es conocida como la Virgen del Pino, nombre que ha llegado a ser tan popular en la isla de tal manera que muchas jóvenes llevan este apelativo cristiano"

Elizabeth Murray, Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1859)


Tal como se ha encargado de señalar Vicente Suárez Grimón en su libro Las bajadas de la imagen de Nuestra Señora del Pino a Las Palmas, 1607-1815 (2007), tradicionalmente se ha tendido a analizar la historia de la devoción a la Virgen del Pino desde un punto de vista teleológico, es decir, contemplando su pasado en función de lo que ha sucedido después, llegando a la conclusión de que ‹‹como la devoción y culto a la imagen del Pino es el que es, lo lógico es pensar que siempre ha sido así››.

Otro tanto podría decirse con respecto a la costumbre aún vigente de añadir el apelativo ‹‹del Pino››, en homenaje a la Patrona de la Diócesis de Canarias, a los niños y niñas que a lo largo de los siglos se han bautizado en la Parroquia de Teror. Sin embargo, a pesar de lo popular y frecuente que resulta el empleo de este apelativo cristiano en nuestro municipio, su uso en otros tiempos no estuvo tan generalizado como cabría esperar. Tanto es así, que la primera persona que figura en el primer libro de bautismos (documento que se inicia en el año 1605) con el nombre de ‹‹María del Pino›› no se registra hasta el 29 de marzo de 1673, tratándose en este caso de una esclava adulta de raza negra recién traída desde el continente africano, tal y como reza en la partida de bautismo que a continuación reproducimos y trascribimos:


«En el lugar de Teror veinte y nuebe de marzo de mil seis sientos y setenta y tres años, yo Luis Fernández de Vega, Cura deste dicho lugar, batisé puse óleo y chrisma a María del Pino, negra bosal, esclaba de doña María Pestana, abiéndola antes catequisado y instruido en la fe y dotrina christiana, fue su padrino el lisensiado don Blas Rodrígues, clérigo de menores órdenes y por berdá lo firmé. Luis Fernández de Vega»


Por su parte, la imposición de este sobrenombre a una recién nacida no se produjo hasta el 17 de septiembre de 1679, mientras que el primer niño en recibir tal apelativo fue Juan del Pino, bautizado el 11 de septiembre de 1703:

«En el lugar de Teror, en onse días del mes de septiembre de mill y setecientos y tres años, yo el Bachiller Juan Rodríguez de Quintana, cura deste lugar, baptisé y puse óleo y crisma a Juan del Pino, hijo legítimo de Juan Mateo y de Lusía Gutiérrez. Fue su padrino Xristóbal Hernández, hermano de la madre del bautisado, y se le advirtió el parentesco spiritual. Son todos vesinos deste lugar, doy fe. El dicho Jhoan Rodríguez de Quintana»


Estos dos casos, el de la esclava y el de la niña, constituyen los dos únicos ejemplos constatados durante el siglo XVII. Los primeros 29 años del siglo XVIII siguen la misma pauta, pues serán sólo 3 los niños bautizados de esta manera: María del Pino (18 de agosto de 1707) hija de Lucía, esclava del Capitán don Juan de Quintana y Montesdeoca, y de padre desconocido; el ejemplo ya visto de Juan del Pino (11 de septiembre de 1703) y María del Pino, bautizada el 8 de agosto de 1723. Ya en 1730 son 3 los casos: Francisca del Pino (30 de julio de 1730), Francisca del Pino (14 de septiembre de 1730) y Josefa del Pino (15 de octubre de 1730). A partir de esa fecha, el promedio de niños y niñas a los que se les añade este sobrenombre apenas crece, oscilando entre 1 (1731, 1733, 1739 y 1741) y 4 individuos por año (1744 y 1749), no hallándose ningún sujeto durante 1732, 1734, 1735, 1742, 1746 y 1750. Por lo tanto y como podemos observar, hasta la primera mitad del siglo XVIII el uso del apelativo ‹‹del Pino›› puede calificarse como de poco común o frecuente, por no decir excepcional, llegando a constituir en el mejor de los casos sólo un 4% del total de los nombres registrados. Esta situación permanecerá invariable durante los años 1751 a 1759. Sin embargo, a partir 1760 comenzamos a observar un cambio significativo en la cantidad de párvulos a los que se les añade el sobrenombre ‹‹del Pino››. En 1760 y 1761 el aumento es bastante moderado pues el número de recién nacidos a los que se les impone este apelativo asciende a 7 y 8 respectivamente. Ya en 1762 registramos 13 ejemplos, 20 en 1763, y 12 en 1764. En 1765 la cantidad se eleva a 36, en 1766 a 28, convirtiéndose 1767 en el año de mayor crecimiento en el número de casos, pues ya fueron 59 los niños registrados, llegando a constituir el 47,5% de los nombres observados.

En alguno de estos bautizos participaron personajes destacados en la construcción del actual templo. Así, el 6 de agosto de 1766 fue bautizado el niño Salvador Antonio Estanislao Mª del Pino, por el Tesorero de la Catedral de Santa Ana y Mayordomo principal de la parroquia durante los años 1760 a 1766, don Estanislao de Lugo y Viña, mientras que su padrino fue el Coronel don Antonio de la Rocha, arquitecto y director de las obras del templo. En este caso se trató del primer infante que recibió las aguas bautismales en el recién estrenado baptisterio de la actual iglesia. En otras ocasiones, se escogieron fechas tan señaladas como el regreso de la imagen de Ntra. Sra. del Pino desde la capital. De esta manera, el 8 de abril de 1764 fue bautizada la niña Mª Micaela del Pino, la cual, según anotación del párroco don Lázaro Marrero y Montesdeoca:

«Arrojaron por la noche entre la mucha gente que ocurrió en la venida de Nuestra Señora del Pino, que avían llevado a la ciudad en rogativa, sobre unas piedras (…) la qual niña al parecer tenía dos días, y la remití a los venerables curas del Sagrario»


No fue ésta la única criatura a la que, a pesar de lo poco dudoso y honorable  de su origen, se le impuso este apelativo, pues a los ejemplos ya vistos de las 2 esclavas y de la niña expósita, se une el caso de Silvestre del Pino, hijo de la terorense Ángela Traviesa y de padre no conocido, bautizado el 31 de diciembre de 1767. Finalmente y como nota curiosa, el 17 de febrero de 1782 pasaron por la pila las hermanas gemelas, Antonia del Pino y María del Pino.

Sin duda, el contexto histórico en el que se produce este aumento espectacular en el empleo de este sobrenombre mariano, viene marcado por el auge que adquirió la devoción y culto a la imagen del Pino a lo largo del Setecientos, y coincide cronológicamente en el tiempo con acontecimientos tales como el inicio de las obras de construcción y posterior inauguración de la actual Basílica (1760-1767), las bajadas de la imagen a Las Palmas durante los años 1762 y 1764, o la concesión por parte del Rey Carlos III de 126 fanegas de tierra en la Montaña de Doramas y Barranco del Rapador, el 19 de noviembre de 1767. Con todo, esta ‹‹fiebre›› por imponer al nombre de los niños el apelativo ‹‹del Pino›› no surgió de forma espontánea, antes al contrario, el uso cada vez más generalizado de este sobrenombre se debe al interés mostrado por el prelado don Francisco Delgado y Venegas, el cual:

«Se lastimaba de ver que todas las niñas que confirmaba y les avían puesto en su bautismo el nombre de María, no fuera con el epíteto del Pino, como más de una vez lo manifestó. Y se extendió este reverente sentimiento en el lugar, de manera que hasta a los hombres se lo añaden al nombre que eligen quando los bautizan desde que percibieron esta noticia»


A partir de 1768 y hasta 1782, la cantidad de párvulos a los que se les impone el sobrenombre aludido, oscila entre los 18 registrados en 1781 y los 59 constatados en 1768. Desconocemos la posterior evolución del apelativo ‹‹del Pino›› en los años finales del siglo XVIII y durante los siglos XIX y XX. Por el momento, contamos con el dato que nos aporta la viajera británica Elizabeth Murray en su libro Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1859) en el que podemos comprobar como éste llegó a popularizarse no sólo en Teror sino en el resto de Gran Canaria ‹‹de tal manera que muchas jóvenes llevan este apelativo cristiano››. De todas maneras, si algo queda claro fue el predominio del sobrenombre ‹‹del Pino›› con respecto al empleo de los relativos a otras advocaciones marianas radicadas en la Parroquia de Teror, como fueron los casos de la Ntra. Sra. de Candelaria, del Rosario y de la Encarnación –cuyas imágenes se veneraban en la Parroquia de Teror– o el de Nuestra Señora de las Nieves, cuya ermita se encuentra en el lugar conocido como La Peña, en el barrio de El Palmar, desde el siglo XVI.